Para entender el electromagnetismo y comprender la
importancia que pudo llegar a tener en nuestras vidas, vamos a remontarnos unos
siglos atrás.
La invención china de la brújula data seguramente de la
dinastía Han, en torno al año 200 a.C (aunque para descifrar su fundamento y su
relación con el campo magnético hubo que esperar a las investigaciones del
médico isabelino, Willam Gilbert).
El interés hacia los fenómenos electromagnéticos se avivó
durante la Ilustración, pero no fue hasta el siglo XIX cuando se comenzaron a
desentrañar sus mecanismos básicos. En el proceso, se escribió uno de los
capítulos más estimulantes de la historia de la ciencia . Los descubrimientos
catapultaron el tejido industrial que había puesto en marcha la reforma del
sistema de patentes inglés ,la racionalización de la agricultura y la invención de la máquina de
vapor. Gran parte del salto tecnológico que se produjo a lo largo del siglo XX
se hizo a lomos de una corriente eléctrica.
En el plano teórico fue el francés Charles Augustin Coulomb (1736-1806) quien dio el pistoletazo de salida, estableciendo una primera ley que llamó “ de la fuerza electroestática ”:la atracción o repulsión entre cargas eléctricas era directamente proporcional al producto de las cargas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa. Este enunciado desprendía un fuerte sabor newtoniano. De echo, si se eliminaba el efecto de repulsión y se sustituían las cargas por masas, casi se obtenía un calco de la ley de gravitación universal.
En el año 1800 , tratando de reproducir el mecanismo con el
que algunos peces, como las rayas, generan electricidad, Alesandro Volta
inventó la batería química(la pila).Con ella regaló a los investigadores una
fuente estable de corriente continua, hizo lo posible por la construcción de
circuito y abrió drásticamente el abanico de la experimentación.
Gracias a las baterías se descubrió que la electricidad y el
magnetismo, que hasta ese momento había recorrido caminos separados, escondían
un secreto vínculo. En 1820, el danés Hans Christian Oersted (1777-1851) mostró
que el paso de una corriente desviaba la aguja de una brújula. La comunidad
educativa reaccionó conmocionada.
El resultado del experimento espoleó la curiosidad de André
Marie Ampére (1775-1836), que dio un paso más para poner de manifiesto que dos
corrientes eléctricas también se pueden atraer y repeler entre sí,
interactuando mediante fuerzas de naturaleza magnética.